Retratos de lo que no existe

Veru Iché y Jaime Compairé Almanaque Autómata en la Galería Blanca Berlín

“Yo pinto aquello que no puede ser fotografiado, aquello que viene de la imaginación o de los sueños” (Man Ray)

Una autodidacta argentina que descubrió la cámara a los ocho años, y un español, polifacético artista y hombre de los medios de comunicación, conjuran un espacio de recuerdos inventados, que la patina del blanco y negro intenta introducir como falsa evidencia en un mundo donde ya no se cree en nada porque se conoce el photoshop desde la infancia.

Ambos artistas trabajan en esta exposición combinando la técnica de la manipulación digital de imágenes con la estética de las fotografías viejas. Cuando vemos algo que parece una antigua foto sacada de un baúl olvidado, una foto gastada, rayada, con sucios, distorsiones y fallas de foco típicos de antiguas tecnologías fotográficas, la mente lo interpreta como una evidencia objetiva de un pasado: el retrato de la abuela cuando era niña, o un evento histórico captado por el lente de algún reportero. Partiendo de esto accionan Iché y Compairé, fomentando un área de tensión que nos obliga a repensar qué puede ser o no verdadero, cuando vemos una imagen con esa textura de la fotografía en blanco y negro, que nuestros conocimientos nos dicen pertenece a una era cuando no era posible manipular digitalmente una foto, pero en esa imagen aparecen cosas que sabemos no pueden ser reales, como el perro con alas en La muñeca del perro de Iché, o el hombre con cabeza de dibujo animado en Minnie está por Mickey de Compairé.

En piezas como Elefant, Iché usa las herramientas digitales de manera indetectable al ojo no profesional, sumergiendo los personajes en un ambiente oscuro y borroso, y trazando unas rayas sobre la imagen que son imposibles de diferenciar de aquellas que se pueden hacer raspando un negativo fotográfico con un objeto afilado. Son sueños ruidosos, donde animales inocentes habitan aires ominosos. El imaginario de Compairé, por su lado, es lúdico, por eso colorea ciertas partes de las imágenes que están en blanco y negro, simulando digitalmente lo que solía hacerse con pincel antes de la introducción de la fotografía en color, y raya sobre la foto empleando intencionalmente trazos que en esta época el ojo ya reconoce como provenientes de un ordenador, creando personajes mitológicos, como la mujer-libélula de L. Bula Nimpha.

Quizás las obras en sí no son las fotos sino las historias, las cuales son tan importantes que no pueden dejar de manifestarse, escritas a mano, ya sea una breve acotación en la parte inferior como las de Compairé, o un episodio onírico escrito en hojas de papel deteriorado y manchado, como los de su compañera de exposición, quien ha dicho, con respecto a sus textos en la serie Estampas, “vamos a imaginar que escribo desde un lugar remoto donde las cosas no suceden de la forma en la que estamos acostumbrados”. Este enfoque narrativo está además presente en la otra serie que expone Veru Iché, los retratos de la serie Girlies, imágenes que hablan sin necesidad de texto: una niña que posa de espaldas a un camino, en Olga, otra que posa de espaldas a un pájaro, en Hivä kotka y pukumi.

También las obras tridimensionales de Compairé narran cuentos de un mundo irónico. La boda de la Srta. San Hipólito traerá cola trae una cola. Y una pareja de hermanos que viajan cargando una gigantesca maleta entre los dos, acechados por un extraño ojo que habita encima de un misterioso líquido color naranja, los Hermanos Oligor, fabricantes de autómatas, dan nombre a esta experiencia.

Por Franklin Cordido

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