Figuras del Arte Informal

Legado Mordó Alvear en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando

Hasta el 8 de enero de 2012

La muestra celebra el legado que hace la galerista Helga de Alvear, una de las más reconocidas del mundo en su profesión, a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, honrando la memoria de su mentora, Juana Mordó, quien fuera quizás la marchante de arte más importante de la segunda mitad del siglo XX en España. Mordó fue una férrea impulsora de la nueva vanguardia, desde su llegada a este país en 1943 hasta su muerte en 1984, y por ello las cincuenta y siete obras que han sido cedidas a la academia incluyen trabajos de un gran número de artistas fundamentales desde los años cincuenta hasta los noventa, exponentes del movimiento informalista que vendría a caracterizar esta era.

El diseño de la exposición, condicionado por supuesto por las obras que conforman el legado, más que tejer algún discurso, hace un vuelo descriptivo por creadores relevantes del informalismo y corrientes cercanas, logrando colocar en cada una de las cuatro salas varias obras claves que mantienen el interés por ver más. Un recurso discursivo que sí funciona es la acertada decisión de colocar en la ficha de cada obra el lugar y año de nacimiento del autor, con lo cual el público pude ir entendiendo como el paisaje artístico de la época se va configurando con artistas de distintas partes de España: Toledo, Granada, Barcelona e incluso un japonés en cuya ficha tal vez falte aclarar que ha vivido en la península desde hace más de treinta y cinco años.

Al entrar están dos artistas del grupo El Paso, colectivo que a partir de la publicación de su manifiesto en 1957 jugó un papel crucial en la revitalización de la escena artística española de la época. Rafael Canogar nos recibe con dos grandes pinturas, Cabeza 7 y Cabeza 2, las cuales sirven como augurio de lo que nos espera en toda la muestra: en cuanto a técnica, una pincelada energética y gruesa, llena de acumulaciones de pigmento, y en cuanto a contenido, abstracción con lejanos aromas de figuración. A su izquierda, lo matérico da un paso más allá en las manos de Manuel Rivera, quien no se limita a introducir materiales innovadores al lienzo, como hacen otros informalistas, sino que usa sólo dichos materiales – en este caso, su célebre tela metálica - y elimina el lienzo.

En la pared que divide esta primera sala de la próxima, encontramos un grabado en cobre galvanizado de Salvador Dalí, y al dar la vuelta, un dibujo de Gregorio Prieto y otro de José Caballero. La línea fina, económica y onírica que predomina en el rostro que dibuja Dalí, en el paisaje de Prieto y en los cuerpos desnudos de Caballero contiene indicios de la línea que utilizarán décadas después algunos de la siguiente generación. La vemos en los dibujos de Rivera en esa misma sala, más adelante en las obras de Fernando Zobel y de Hernández Pijuan, y hasta en la caligrafía de Guinovart en el cartel que pinta para su exposición en la Galería Mordó en el año 1989. Se esboza así un puente entre la vanguardia española previa a la guerra y la posterior, sin embargo este ejercicio comisarial se queda corto a la hora de evidenciar claramente el vínculo entre ambas épocas.

En la segunda sala se establece un diálogo entre abstracciones que rozan la figuración de distintos modos. Otro importante miembro de El Paso y único que participa con esculturas en esta colección, Pablo Serrano, parte de la mímesis de dos manos que se entrelazan, y las va transformando en un montón de paralelepípedos, proceso que queda congelado en su escultura Encuentros. Alfonso Bonifacio muestra en tres hermosas pinturas un post-surrealismo expresivo donde parecen habitar personajes de una masa y colorido complejos que nunca terminan de tomar forma, que permanecen difusos aunque tengan nombres tan claros como Falo. Por último, en la pared derecha, encontramos a Josep Guinovart, quien pareciera haberse librado ya de toda referencia figurativa y estar trabajando sólo con materia, llegando a pegar hasta piedras al soporte, pero quien en la última obra de la sala, L’oxid y el gos, le pone tanta expresividad a su pincelada, que de ella emerge una cabeza de perro con las fauces abiertas, lista para morder. Como es característico de su generación, fuertemente influída por las corrientes expresionistas abstractas de ambos lados del Atlántico de los años cuarenta, el catalán plasma en la potente tridimensionalidad de sus obras toda la energía performativa del acto creativo. Ocurre aquí algo muy interesante: en el extremo de esa expresividad encuentra la abstracción un atajo de regreso a la figuración.

Gustavo Torner, Fernando Zóbel y Gerardo Rueda, representantes de la llamada escuela conquense y cofundadores del Museo de Arte Abstracto Español en la ciudad de Cuenca, muestran en la próxima sala tres enfoques distintos al trabajar la abstracción. Torner ensaya con unos color field afines a Newman, Rueda con una composición de rectángulos blancos que está suspendida en medio de una metamorfosis de cuadro a escultura, y Zóbel con sus rayas inspiradas en la caligrafía japonesa. Pero es Lucio Muñoz quien se roba esta sala con su Homenaje a María Manuela Caro, una imponente pieza en madera intervenida, rasgada, pintada, manchada y que parece lejanamente retratar una catedral o alguna edificación similar. Fue justamente Muñoz el primer artista en tener una exposición individual en la Galería Mordó en 1964, el mismo año de su apertura.

La cuarta sala incluye seis pinturas llenas de color del japonés residenciado en España, Mitsuo Miura, entre las cuales destacan tres sin título del año 1994 hechas enteramente en blanco y rojo, que abordan el juego del “marco dentro del marco” desde un ángulo cinético y divertido. Por otro lado, la presencia de Joan Fontcuberta en esta sala y en la anterior parece indicar que Mordó y Alvear notaron la creciente importancia que la fotografía iría adquiriendo conforme se acercaba el final del siglo.

En el espacio final se le rinde homenaje a Juana Mordó con una colección de fotos y catálogos de exposiciones realizadas en su galería. Frases en las paredes la describen como una dama culta y vanidosa, mientras un periódico de unos años atrás nos narra la historia de cómo esta notable griega llegó a Madrid huyendo del Berlín de Hitler y terminó desempeñando un rol central en la difusión del arte informal español, contribución que se hace más valiosa aún si consideramos que ella se concentró en dar apoyo a una vanguardia que tuvo que transmitir su mensaje de libertad de manera cuidadosa y velada para poder siquiera existir. Mordó es entonces una figura importante en una etapa que vale la pena estudiar en detalle, por las lecciones que encierra para la historia del arte.

Franklin Cordido Martínez

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