Arte por transferencia

Legado Moldó Alvear
C/ Alcalá, 13 - 28014 Madrid
Teléfono: +34 915 240 864
Del 26 de octubre al de 2011 al 8 de enero de 2012.  Entrada Gratuita.

Hay un viejo refrán que reza “el que da lo que tiene a pedir se queda”, en la mayoría de los casos esto se cumple, pero cuando se trata de arte bien podríamos proponer una nueva ecuación: a mayor altruismo mayor cultura para todos.
Después de una vida exitosa en una época convulsa, Juana Mordó legó las riendas de su galería a su colaboradora desde 1979 Helga de Alvear, y ésta, a su vez, acaba de donar la colección, como un homenaje a su antigua colega, a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. La muestra que hoy podemos admirar, abarca la obra de numerosos artistas españoles contemporáneos con piezas que van desde los años 30 hasta principios de los 90. La excepción es Mitsuo Miura (Japón, 1946) quien que ha realizado la mayor parte de su carrera en Madrid.
La exposición, ubicada en la amplia nave de las exposiciones temporales de la Academia, se divide en cinco micro-salas, las cuatro primeras dedicadas a las obras y la última a una documentación fotográfica sobre la figura de Juana Mordó. En la primera sala ella preside con su retrato a cargo de Daniel Quintero. Allí mismo podemos contemplar a las Tiritañas (VI y XIX) de Manuel Rivera así como unos delicados dibujos suyos de los años 60. La obra de Rivera, una de las mejores representadas en la colección, revela un exquisito gusto en la selección de los trabajos y demuestra uno de los grandes méritos de una coleccionista devenida galerista –o viceversa. Porque como también lo ha hecho Helga de Alvear, quien a través de su Fundación recientemente donó sus obras al Centro de Artes Visuales de Cáceres, llega un punto en que una colección no es nada si no se comparte, y ese patrimonio solo se completa cuando el visitante despierta su sensibilidad ante un conjunto de obras reunidas por la pasión de un coleccionista y amante del arte.
De Darío Villalba encontramos un grupo de collages, entre los que destaca Lágrima Malva IV de 1985. Muy cerca, encontramos una obra de Salvador Dalí que se aleja un poco del período en cuestión, en este caso es una plancha llamada La Vida es Sueño, que a pesar de su pequeño tamaño es un alarde del maestro surrealista. Por su parte, las obras de Torner y de Hernández Pijuán tampoco nos dejarán indiferentes.
Ahora bien, hay un punto que no queda del todo justificado en la museografía. Aunque algunas obras se incluyen en la exposición con objeto de mostrar la totalidad de la colección al público visitante y por tanto es difícil escapar de la disposición lineal de las piezas, es notorio que en la mayoría de los casos estas se agrupan por el nombre de su autor (con la excepción quizás de Fontcuberta con obra en diferentes salas), de esta manera artistas y obras prácticamente no se conectan entre sí. Las de un mismo creador guardan relación entre ellas, evidentemente, pero esto no se cumple en todos los casos y da como resultado una disposición facilista que evita que obras de los distintos artistas, en su mayoría contemporáneos, se integren de una manera más lógica, visual e intelectualmente hablando. Otro punto que debemos criticar es como las únicas dos esculturas en la colección quedan relegadas, en particular Boceto de Pablo Serrano, que fue colocada prácticamente sobre la pared, lo que impide admirar la tridimensionalidad nada gratuita del género escultórico.
Recomiendo especialmente las obras de Bonifacio, entre ellas Tancah (1987) y la anterior Falo (1970). Josep Guinovart, por su parte, lleva el interés en la abstracción gestual hasta un punto extremo, donde el lienzo se convierte casi en objeto. La obra de Lucio Muñoz, representada fundamentalmente por obras de los ochenta y los noventa, se ve completada por una pieza de 1956, Tabla 23, que permite ver la evolución temporal del artista que mencionábamos antes, y denotan un interés por parte de la coleccionista de seguir y apoyar la carrera de un artista, al adquirir obras de distintos períodos, como toda buena colección debe hacer.
Joan Fontcuberta, quien está en ese mismo caso, posee una obra bellísima de 1989, uno de sus fotogramas con el título de Tachglossus Aculeatus que en mi opinión está mal ubicada. En este caso tiene a su lado a una obra también excelente de Francisco Farreras (Collage 785 de 1976) pero las obvias similitudes visuales –que no de contenido- de las obras tan vecinas hace que se empañen mutuamente. Algo similar le sucede al propio Fontcuberta en la última sala, quien parece estar ubicado en esta ocasión junto a Mitsuo Miura a causa de sus respectivas obras plagadas de puntos y tonalidades amarillas[1].
Existen obras que son obviamente difíciles de insertar en este entorno donde predomina la abstracción, como por ejemplo los agresivos dibujos de autómatas de Antonio Lorenzo o el Retrato de Ana, de Matías Quetglas, donde Ana parece un chico. En esta última sala encontramos obras que evidentemente se apartan del resto, sea desde el punto de vista visual, antes mencionado, como del temporal, como ocurre con la obra de Jacinto Salvadó que con sus óleos realizados en los años treinta cierra la exposición sin que podamos suponer el porqué de esta decisión. A diferencia de la obra de Dalí, que se logró insertar con el resto del discurso expositivo al colocarla en el tabique que dividía la primera sala de la segunda, dando idea del puente temporal entre las obras y las generaciones de creadores que las hicieron, estas de Salvadó quedan separadas del resto por un abismo insalvable e injustificado.
Y luego tenemos una sala dedicada en su totalidad a documentación, con fotos de Juana, entrevistas, los catálogos de éstos, los artistas que representaba, editados con motivo de sus exposiciones personales. Algo que me pareció fuera de lugar es la enorme fotografía de Juana Mordó y Helga de Alvear, con la oración “Dos grandes visionarias del arte español”, que funciona como prueba, por si alguien no se lo hubiera creído todavía, de la profunda amistad entre las dos mujeres. Me parece que está de más ya que este homenaje de Helga a Juana es la más importante prueba que podría darse, y la foto queda como un sospechoso auto-bombo. Con las pequeñas fotos de Juana rodeada por “sus” artistas, y los catálogos, verdaderas joyas y testimonio de la visión de esta mujer por apoyar el arte español contemporáneo, hubiera sido suficiente. A fin de cuentas, su objetivo de vida lo resumía ella misma en una entrevista, refiriéndose a las tertulias en su casa, al decir que “ayudaron mucho a que la generación del 36 se encontrara, se conociera mejor y se aglutinara más”[2]. ¿Cuántos de nosotros podremos decir lo mismo al final de nuestras vidas?
Lillebit Fadraga
6781 c/e


[1] Iris Germánica (1992) es la obra de Fontcuberta a la que hacemos referencia aquí, y Sin Título (1977) la de Miura.
[2] Entrevista concedida a Manuel Vicench. En El País, 26 de noviembre de 1981.

0 comentarios:

Publicar un comentario