DESPUÉS DEL TÉRMINO MEDIO (José María Muñoz Guisado).


Almanaque Autómata (Jaime Compairé –Veru Iché), galería Blanca Berlín.


Las poéticas de la memoria no son necesariamente poéticas del tiempo. Esto nos lleva a pensar que cuando recordamos algún hecho personal, por lo general, éste se nos manifiesta transfigurado, sin ninguna lógica en su superficie. Nos planteamos si merece la pena entregarse al solipsismo y la críptica biográfica. Lo mínimo que se le debería exigir al artista hoy en día es que no nos abrume, ni nos martirice con escatologías psicoanalíticas. Y aún más… ¿Por qué la gente se empeña en contarnos sus sueños y sus fantasías más extravagantes?

Pero el lector no puede entender aún de qué hablo. Vamos a partir de lo esencial. En primer lugar, esta muestra fotográfica debería cuestionarse como proyecto compartido. Carece de integridad visual y conceptual. Es sintomático que cada artista ocupe su pared. Desconfían mutuamente y por eso se agarran con celo a su espacio vital. Así mismo me veo obligado a hablar en dos partes: Primero de Veru, cuyo eje de trabajo es una imaginería onírica demasiado concreta para ser onírica, la del realismo mágico pictórico. Palimpsestos que dejan entrever acontecimientos personales en un lenguaje común: lo difuso, lo ambiguo, lo sugerente (que deja de sugerir por el simple hecho de repetirse en las formas).

¿Qué memoria es esa que todo lo desdibuja con daguerrotipos arañados? Sin duda es una memoria de fantasmas, no porque pertenezcan a un almanaque pasado, sino porque los fantasmas no son reales.

Sus obras dípticas están acompañadas de trozos de tela envejecida y escrita que fingen ser un médium espiritual, catalizador de experiencias pasadas. Por otra parte, las imágenes no son positivados superpuestos, sino collages digitales de fragmentos antiguos y recientes. Como si las propias fotografías viejas careciesen de autonomía propia. Ya dijo Barthes que las fotografías familiares sólo tienen validez estética para las familias; mostrarlas, al fin y al cabo, no es más que importunar a la gente con cosas que no entenderían.

El caso de Compairé es todavía más extraño. Su obra carece de modales, se burla precisamente de la poética de su compañera. Mediante chistes falaces e ironías burdas intenta dinamitar cualquier proyección personal. Sin embargo, todos sabemos que siempre ríe un cojo. Y precisamente aquí se hecha en falta un mínimo de seriedad, la seriedad que se exige incluso en el juego; la seriedad que exime a la gracia de lo grosero.

En este caso combina fotografías con pequeños objetos-escenarios de apariencia surrealista. Sus chistes son bochornosos, o bien cuando tratan temas espinosos con una superficialidad obscena, o bien cuando usa el lenguaje popular, en anotaciones al pie, sin ningún tipo de ingenuidad. En cuanto a su obra fotográfica adolece aún más de un mínimo de rigor formal. Los reprocesados digitales de fotografías antiguas siempre se rematan con soluciones técnicas poco heterodoxas. En realidad, este autor se limita a yuxtaponer lo antitético del software digital con lo estético de lo viejo. Pero, seamos francos, sólo logra espantar al espectador antes de que advierta la ausencia de contenido en la obra.

Tenemos ante nosotros el trabajo de dos artistas que se han inmiscuido en derroteros estéticos insalvables, de los que ya no se puede huir si no es volviendo sobre los propios pasos. Es el momento de preguntarnos, qué hacer ahora sino huir de las apariencias sensibleras y la obscenidad lúdica… En estos tiempos marcados por la guerra de los egos, ¿quién puede mantenerse en la virtud del término medio?

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