HACERSE VISIBLE


Legado Mordó-Alvear. Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Madrid. Del 26 de octubre de 2011 al 8 de enero de 2012. Martes a Sábados 9.00-15-00h; Domingos y festivos 9.00-14.30h.

Un legado es aquello que se transmite a los sucesores pero además puede desempeñar otras funciones, parecidas a las encomendadas a un monumento conmemorativo, y son las de recordar a su realizador, o incluso a su donante. Así la muestra dedicada a las obras procedentes de la antigua galería Juana Mordó no tiene como objetivo único recopilar los artistas que allí se dieron cita sino también reivindicar y recordar la figura de su galerista, indispensable para el panorama artístico del siglo XX español.

Fue la apertura de la sala en la calle Villanueva 7 (Madrid) la que revolucionó el arte contemporáneo nacional. El 14 de marzo ésta suponía un punto de encuentro para los artistas Vicente Ameztoy, Amalia Avia, Jaime Burguillos, José Caballero, Rafael Canogar, Eduardo Chillida, Gonzalo Chillida, Enrique Gran, José Guerrero, Carmen Laffón, Antonio López-García, Julio L. Hernández, Lucio Muñoz, Millares, Mompó, Manuel Rivera, Saura, Torner, Zóbel y algunos más. Juana Mordó, tras su aprendizaje en la galería Biosca desde el año 1958 centrada en el informalismo español y el grupo El Paso, apostaba por un conjunto de artistas jóvenes a los que ella auguraba una prometedora carrera internacional. Su paulatino éxito y sus ganas de mostrar y crear en España un productivo mercado artístico la llevó a abrir varias salas más, a saber, en Castelló y Princesa, las cuales dispersaron, en cierto modo, el sólido núcleo de Mordó y que finalmente, a petición de los mismos artistas, se replegó de nuevo a la pequeña y carismática sala de Villanueva.

El aspecto delicado y apacible de Juana Mordó (Salónica 1899-Madrid 1984), con cabellos mordorés como apuntó Julián Gállego, nada tenía que ver con la fuerza interior que le hizo a sus 65 años crear esa galería que venía a suplir un vacío en el sistema artístico español. Una galería que, además de representar a los artistas españoles más internacionales de hoy día, muchos de los cuales obtuvieron trascendencia gracias al nombre Mordó, proponía un compromiso firme y férreo con sus colaboradores y una fórmula expositiva no conocida hasta ese momento en España. Fue un revulsivo total que hizo que todas las miradas del ámbito artístico se dirigieran a ella y a su trabajo.

Pero la presente muestra tan sólo recoge un mínimo testimonio de lo que aquello supuso. La ingente cantidad de artistas que estuvieron a su cargo es sobrecogedora y más lo es aún el sinfín de exposiciones que organizó, entre las que incluyó arte internacional, incluso anterior como pudiera ser Kandkinsky, donde se localizaban figuras de la talla de Hockney, Lucebert, Jean Lecoultre o Dmitrienko. Sin embargo, estas obras no han quedado recogidas en la exposición, representada sólo por veintidós artistas de entre todos los que abanderó. Las pinturas informalistas de Rafael Canogar, los alambres en rejilla de Manuel Ribera, los cuadros a mitad de camino entre la figuración y lo abstracto de Bonifacio, las esculturas de Pablo Serrano en la estela de Julio González, el aprecio por el arte catalán presente en las obras de Guinovart o Fontcuberta, los pequeños lienzos de Zóbel, Gerardo Rueda y Torner, todos constituyen un breve y general recorrido por la trayectoria de la galería Mordó. Junto a éstos destacan la plancha, La vida es sueño, de Salvador Dalí, el Homenaje a María Manuela Caro (1988) de Lucio Muñoz, por el que mostró siempre un gran afecto, o las telas de herencia expresionista abstracta de Mitsuo Miura.

Pero, ¿qué hay de Carmen Laffón, de Salvador Bru, de Tàpies, Miró o ZAJ? Sabemos que Mordó tuvo especial predilección por el informalismo y por el grupo El Paso (en el que se incluía una de las pocas pintoras que acogió, Juana Francés) al que representó casi por completo a excepción de Manuel Viola, pero que además sintió interés por el realismo de artistas como Antonio López o la sevillana citada anteriormente; por los artistas hispanoamericanos como Botero, Rómulo Macció o Miguel Conde; por artistas españoles más independientes como Manuel Ángeles Ortiz o Bores, y por las nuevas prácticas del arte contemporáneo ejercidas por el grupo ZAJ; ninguno de los cuales están desgraciadamente representados en el legado de la exhibición.

Y es que a su muerte, la galería Mordó pasó a ser dirigida por su fiel amiga Helga de Alvear quien había entrado a trabajar en 1979 cuando ésta tenía ya una trayectoria de 15 años. Su pupila la mantuvo hasta 1995, momento en el que decidió crear su propio espacio artístico con su nombre. El legado de Mordó contaba entonces con 240 piezas que, además de definir el perfil de la galería, constituían, en muchas ocasiones, obras sentimentales para la marchante puesto que eran regalos de los propios artistas; un ejemplo de ello es el estupendo dibujo que realizó Daniel Quintero de Mordó reclinada en el sillón (expuesto actualmente). Sin embargo, este legado pasó a manos de Alvear quien ha donado 57 piezas a la Real Academia de San Fernando tras la apertura del Centro de Artes Visuales de la Fundación Helga de Alvear en Cáceres.

A la vista está que el legado es sólo la cuarta parte de lo que fue la colección de la galería Mordó. Las piezas han sido expuestas en las sencillas salas de la Academia de paredes blancas, como bien se ha acostumbrado al arte contemporáneo, sin mostrar ninguna preeminencia, con sus cartelas correspondientes y sin demasiado cuidado (sólo hay que detenerse en las manchas sobres los blancos de José Luis Fajardo), intentando dar esta visión de lo que fue Juana Mordó y el ámbito artístico que giraba en torno a ella. Pero, a pesar de ser breve y demasiado discreta, lo que descuadra de la exposición es la última sala de corte didáctico titulada “Dos grandes visionarias del arte español”. Este espacio está dedicado a Mordó y, sin embargo, se incluye ese “dos” y la fotografía de un par de mujeres de las que no se especifican los nombres. Hay que elucubrar un poco pero, finalmente, obtenemos que la respuesta es Helga de Alvear puesto que, obviamente, el legado se denomina así Mordó-Alvear aunque su principal creadora fuera la excelente Jeanne Mordó.

A pesar de todo, hay que reconocer la amabilidad del gesto por parte de Alvear. Gracias a ella podemos contemplar, aunque sea levemente, la figura de Mordó que empezó, a su llegada a España en 1943, haciendo entrevistas a personalidades de la cultura y acabó fraguando casi un organigrama artístico nacional, pues trascendió en innumerables ferias de arte y exposiciones siempre a la vanguardia del arte moderno, pues como dijo Lucio Muñoz era “trabajadora y vital hasta la inconfesable y dramática extenuación. Quería saberlo todo, vivir lo nuevo siempre, participar en todo, huir…”.

Carmen Gaitán Salinas

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