LA MADAME STEIN DEL GRUPO EL PASO


Exposición: “Legado Mordó-Alvear”
Lugar: Real Academia de Bellas Artes de San Fernando
Fecha: Hasta el 8 de Enero de 2012.

Decían burlonamente de Gertrude Stein que con el tiempo acabaría pareciéndose al famoso retrato pintado por Picasso en 1906; y es que aunque lo lógico sea que un buen marchante tienda a rodearse de obras que le definan, a veces se produce un acto de irónica metamorfosis inversa y son las propias obras las que consiguen transformar física y espiritualmente a sus poseedores. En un artículo de 1981, el periodista (y también galerista) Manuel Vicent afirma que Juana Mordó formaba parte de esta exclusiva estirpe de galeristas que acaban por parecerse a la pintura que venden: “encima de su lámina de judía, Juana Mordó tiene una pátina abstracta, una tensión cubista en los músculos de la cara”.

Juana Mordó (1899) nació en Salónica (Grecia), y paso su juventud en París durante la primera parte del siglo XX. Las casualidades de la vida trajeron a Mordó a España en 1943, inicialmente por solo cuatro semanas, tiempo que acabaría por extenderse hasta el final de su vida. Fue en España donde la joven comenzó a materializar sus inquietudes culturales, realizando sus famosas tertulias los sábados con personajes de la vanguardia artística y literaria entre bocadillos de mantequilla y vino tinto. No mucho después acabó dirigiendo la galería de Aurelio Biosca con el que tuvo algún que otro desencuentro por diferencias de gusto artístico; animada por sus amigos artistas, finalmente en 1964 montó su propia galería, que perduró con éxito durante más de veinticinco años. Obstinada y apasionada, Mordó vivió por y para su galería y sus artistas, como ejemplifica el infarto que sufrió tras enterarse de que Jacqueline Picasso había decidido dar marcha atrás a una exposición en marcha. Una vida entera de activa lucha a contracorriente defendiendo el arte abstracto español en un momento en el cual este era mirado con escepticismo y desprecio. “Trabajadora y vital hasta la inconfesable y dramática extenuación”, Juana Mordó murió en 1984 dejando un tremendo legado de arte contemporáneo nacional a su amiga y colaboradora Helga de Alvear que continuó dirigiendo la galería durante otra década más. 

¿Qué ocurre con la colección de una galería cuando esta desaparece?. Por suerte, en tiempos de crisis, Helga de Alvear ha decidido donar todo su patrimonio heredado de Mordó a instituciones accesibles al público. Una parte del legado pertenece ahora al Circulo de Bellas Artes de Madrid, y otra parte acaba de ser cedido a la Real Academia de San Fernando, donde actualmente se presenta en formato de exposición temporal. Cincuenta y siete obras de los mejores artistas abstractos españoles, desde los años sesenta a los noventa, como Rafael Canogar, Manuel Rivera, Dario Villalba, Daniel Quintero, Bonifacio, Josep Guinovart, Lucio Muñoz, Joan Hernández Pijuan, etc. Con alguna excepción, como Joan Fontcuberta o Pablo Serrano que no son pintores, o el japonés Mitsuro Miura, que pese a ser pintor no es español, aunque desarrolló gran parte de su carrera en España. Las obras se distribuyen en cuatro salas organizadas por autores, de forma poco narrativa, más cercana a la distribución que tendrían en una feria o galería que al discurso que suele articular una exposición temporal. El tema de la exposición es en realidad la propia Juana Mordó, en torno a la cual pivotan todas las obras  y artistas, a modo de tributo y agradecimiento. Algunas obras son destacadas premeditadamente mediante su distribución museográfica, es el caso del retrato a lápiz de Juana Mordó realizado en 1982 por Daniel Quintero que preside la exposición, la escultura “Encuentros” de Pablo Serrano o la plancha de cobre grabada por Salvador Dalí en 1963 titulada “La vida es sueño”, que constituye una de las joyas del legado y que pasará a formar parte de la Calcografía Nacional (ubicada dentro de la Academia) junto a las planchas de Goya y los mejores grabadores españoles de la historia. 

Dos lienzos ubicados al fondo de la última sala resaltan por su sencillez. Junto a las obras extremamente coloridas de Mitsuro Miura que se mueven entre el pop y el expresionismo abstracto, la oscura profundidad de los trazos de Rafael Canogar, los lienzos pseudo-figurativos de Jacinto Salvadó o la densidad de las enormes obras de Fontcuberta se muestran dos piezas que incitan a la tranquilidad; “Espacio para ocultar ansiedades” de 1983 son las dos pinturas de Jose Luis Fajardo de gran tamaño pero de mínima intervención pictórica que nos ofrecen un oasis zen entre tanta explosión tachista. 

Finalmente, existe una quinta sala dedicada exclusivamente a la memoria de Helga de Alvear y sobre todo de Juana Mordó. Bajo el pretencioso título “dos grandes visionarias del arte español”, fotos de Mordó junto a las máximas personalidades de la cultura española, catálogos de sus exposiciones y recortes de periódico ayudan a conformar la poliédrica figura de la galerista, mistificada tras su muerte, a la que muchos denominaban el hada del arte español. “Culta, vanidosa, coqueta, sensible a la belleza física, enamoradiza, inteligente, impertinente con premeditación y placer, enemiga de la vulgaridad y el rencor”, Juana Mordó forma parte del elenco de galeristas (curiosamente todas mujeres), junto a Soledad Lorenzo o Juana de Aizpuru, que han resultado imprescindibles para la consolidación del arte contemporáneo español. Mordó consiguió visualizar el arte abstracto europeo (representado en España por el grupo El Paso) y ayudó a educar el gusto de compradores y coleccionistas. Resulta difícil aventurarse a imaginar el desarrollo del arte contemporáneo español de no haber existido galeristas como Mordó, figura intermediaria que tomó un papel activo y decisivo en el triunfo de las carreras de una serie de artistas clave, como Rafael Canogar, en el panorama artístico nacional de la segunda mitad de siglo. Siempre vistos con recelo por tratar el arte como mercancía, lo cierto es que los galeristas, en su doble condición de mecenas y exhibidores han sido una parte fundamental en la evolución del arte del siglo XX.

La ironía histórica ha querido que esas obras abstractas, ignoradas y ridiculizadas durante tanto tiempo por las instituciones, hayan acabado legitimadas formando parte, nada más y nada menos, que de la mismísima Academia Nacional. El hecho de que un legado tan preciado acabe formando parte de patrimonio público es siempre motivo de satisfacción, pero quizás la naturaleza de estas obras haga que un entorno como la Academia no sea del todo adecuado para su exhibición. El Museo Nacional de Arte Contemporáneo Reina Sofía, en plena redefinición, acogería con más sentido y contexto este corpus de obras pertenecientes a un periodo del que no proliferan muchas obras en las colecciones públicas de arte contemporáneo.

Jorge Dueñas

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