Robert Irwin. Retorno al espacio gris.

Way Out West. Galería Elvira González, c/ General Castaños, 3, Madrid. Desde 8/11/2011 al 5/01/2012.
Robert Irwin (Long Beach, 1928). En la última década, a través de las retrospectivas en el MCA de San Diego, Musée d'Art Moderne de Paris, y el Museo Reína Sofía, se le ha redescubierto como un pionero de las investigaciones lumínicas y espaciales del minimalismo. Maestro de Larry Bell o Chris Burden. Ha contribuido al desarrollo de la teoría del arte situacional en escritos como “Being and Circunstance: toward a condition of art” (1985).
Después de seguir de cerca los proyectos al aire libre de Robert Irwin (The Getty Garden), los más dignos, a uno le cuesta regresar al espacio gris de la galería otra vez. Más bien creo que obras como Shunsine Noir (2011) dejan tras de sí la sombra de un hombre que requiere de biografías y retrospectivas para ser entendido; y por tanto entendido sólo a la luz de la historia. Hace tiempo que este artista ha pasado a ser humedad en un cajón cerrado a cal y canto.
Luces de neón dispuestas en paralelo, diferentes grados lumínicos, a veces en torno a un eje axial, ningún tipo de ruido lingüístico, atmósfera tenue, gamas cromáticas brillantes… Eso podemos ver en la galería Elvira González, un ejercicio formal que ha llegado a su agotamiento.
Lo extraño en esta obra son las ventanas abiertas al exterior, la presencia perturbadora de la luz natural, espacio y tiempo prefabricado junto a los ruidos del mundo. Lo cual no deja de ser paradójico: se abre una vía de escape a ese lugar de fobias; Irwin traiciona su obra con total conocimiento de causa.
Personalmente no he podido dejar de mirar las postrimerías… ¿Resulta siempre tan placentera la luz de mediodía? Esto no parece ser algo nuevo en su trayectoria. Él ya había planteado ese tipo de convivencias perturbadoras entre el exterior y el interior de la galería en muchas de sus instalaciones. Me viene a la mente Who’s Afraid of Rd, Yellow and Blue? (2007) en el MCA de San Diego. Robert Erwin expuso tres planchas pares de aluminio, con los colores primarios lacados industrialmente. La superficie resultante era una reflexión lumínica del espacio circundante, con ligeras deformaciones líquidas. A nadie se le ocurría dar la espalda a esa obra, porque con sus infinitos reflejos del exterior simulaba un organismo vivo. Tal y como dice el propio artista: el espacio fenomenológico es perpetuo cambio.
No obstante, este santuario no es recomendable para aquellos que no entiendan de sísmica espiritual. De lo contrario sólo hallaran un espacio vacío iluminado por el espectro de un foco pobre. La presencia del espectador es más bien una consciencia dolorosa y aburrida. Su pretensión de recrear un fenómeno estrictamente sensorial es su principal flaqueza, aquello acaba siendo un concepto, si no un ideal artístico; un lenguaje más bien.
Todo lo que allí se ve y se siente es tan diferente a lo que anuncian las señales del exterior que la obra se acaba derrumbando en medio del silencio y la luz invariable del artificio.

José Mª M.G.

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