Berthe Morisot


Exposición: “Berthe Morisot: La pintora impresionista”
Artista: Berthe Morisot
Lugar: Museo Thyssen-Bornemisza 
Fecha: Hasta el 12 de Febrero de 2012.



Nacida en una acomodada familia burguesa que fomentó desde pequeña sus inquietudes artísticas, Berthe Morisot (Bourges, 1841 – París, 1895) dedicó su vida a la pintura en una época en la cual los roles femeninos estaban socialmente muy acotados al ámbito doméstico. Morisot rompió con los estereotipos y se convirtió en la primera mujer en acceder al círculo de los impresionistas (al que luego se unirían otras pintoras como Mary Cassatt, Marie Bracquemond o Eva Gonzalès). El Museo Thyssen de Madrid, rescata la memoria de esta artista parisina, eclipsada por sus compañeros masculinos en la historia del arte oficial, a través de una retrospectiva única en España que reúne una treintena de piezas, algunas pertenecientes al propio museo, y otras prestadas principalmente por el Museo Marmottan Monet de París, donde se encuentran obras de la artista pertenecientes a la que fue su propia colección personal. 

Ante las dificultades que tenía una mujer para estudiar en la Academia, Morisot tuvo que comenzar a educarse artísticamente como copista en el Louvre y pintando paisajes del natural como discípula de Camille Corot. Pero fue la pintura de Édouard Manet, para quien Morisot posó en varias ocasiones, la que inspiró a la pintora para terminar de desarrollar toda su potencialidad plástica. La relación entre ambos artistas fue cercana y compleja. Manet admiraba la belleza y determinación de la joven, así como sus dotes artísticas. Morisot acabó casándose con el hermano de Manet y acercando al maestro al círculo de los impresionistas (del que Manet siempre confesó no sentirse parte). En la primera sala de la exposición podemos contemplar las obras de este periodo de Morisot, donde la artista ya destaca por el uso de unos colores suaves y una pincelada muy suelta, larga y nerviosa, como en el sorprendente y posiblemente inacabado “Retrato de Louise Riesener” de 1881, donde apreciamos unos trazos abocetados, rápidos y expresivos que delimitan la figura del fondo vacío. 

Una obra destaca especialmente en la primera sala, “En el baile” de 1875. En este retrato Morisot muestra a una joven de mirada tímida y perdida, melancólica, sosteniendo un abanico que la aísla por un momento de las obligaciones sociales, ofreciendo un espacio de introspección. Además de las virtudes técnicas de la obra, esta destaca porque introduce una temática que veremos en profundidad en la otra sala de la exposición: la vida de la mujer burguesa en el fin de siglo parisino. En la producción artística de Morisot abundan los retratos de mujeres y niñas, en parte debido a su condición de mujer que le impedía acceder a los ambientes masculinos, también porque como afirma Valery, la obra de Morisot es un diario visual, y las muchachas que representa son casi siempre amigas y familiares. Pero lo que más nos llama la atención es que las mujeres en los cuadros de Morisot no son simples modelos ni motivos estéticos (como ocurre con algunos de sus compañeros impresionistas para quienes una mujer no es diferente a un paisaje), sino que las mujeres de Morisot parecen denunciar su rol social representando (casi irónicamente) el papel que les han encomendado; son el estereotipo de la perfecta hija o esposa que limita su vida al ocio más trivial como jugar a la pelota, ir a la playa, visitar parques y jardines, o a actividades musicales. Quizás sea nuestra visión contemporánea, o que no podamos ignorar que la artista es mujer, pero el caso es que las mujeres de las pinturas de Morisot nos transmiten cierta tristeza. La mirada melancólica que veíamos en “En el baile” se repite en otros retratos como en el de “Bois de Boulogne” de 1893, cuya mirada contemplativa se torna casi aburrida, posando resignada de pie, ignorando deliberadamente las provocaciones de un perro juguetón.  

Tan sugerentes son estas miradas introspectivas como aun más lo son los retratos que directamente carecen de rostro. Nos llegan a plantearnos si es posible que Morisot se adelantara a las pensadoras feministas que vendrían después y reflexionara con estas obras acerca de la identidad femenina. Con esta lectura, las dos obras de mujeres ante el espejo “psique” de 1876 y 1890 parecen muy explícitas, remitiendo incluso a las lecturas psicoanalíticas del espejo en relación con el descubrimiento de la identidad sugeridas por Lacan. Dos mujeres que se preparan con arreglo a los cánones moda mirándose en un espejo llamado psique (alma) que no les permite ver su verdadero rostro, su individualidad, su autentica identidad. 

Finalmente, dentro del genérico apartado de “el mundo rural” la exposición acoge el encuentro de dos obras extraordinarias, “Pastora tumbada” (del Museo Marmottan Monet) y “Pastora tumbada desnuda” (del Museo Thyssen), las dos de 1891. Ambos cuadros, de similar composición, difieren en su estilo y en que la pastora protagonista se muestra en la misma posición, pero en uno vestida y en el otro desnuda, como si de una reinterpretación impresionista del juego de la “maja desnuda” de Goya se tratara. La pastora vestida, de pincelada más larga y colores más contrastados se integra perfectamente en el paisaje hasta el punto de confundirse con él. Las pinceladas que definen su falda apenas se distinguen de la hierva sobre la que se recuesta. En la versión desnuda, en cambio, de pinceladas más sueltas, cortas y vaporosas, Morisot trabaja mucho más el modelado de la muchacha y potencia el color de su piel para destacar sutilmente su cuerpo de la naturaleza que le rodea. Mientras que la pastora vestida se ve eclipsada por aquello que le rodea, la pastora desnuda transmite fuerza y libertad, quizás en esto también tenga algo ver el hecho de  se haya despojado no solo de su ropa, sino también de su alianza matrimonial. 

La multiplicidad de miradas que ofrece la obra de Morisot, desconocida hasta ahora por el gran público, merece una visita a esta excepcional exposición que nos muestra la faceta de una artista que denuncia el encorsetamiento social de la mujer de su tiempo a través de su obra y de su propio ejemplo como artista. La calidad estética de sus obras y la profundidad temática que encierran la colocan en la primera fila de sus compañeros impresionistas, tanto es así que curiosamente lo único que nos sobra de la exposición son las obras comparativas e innecesarias de Renoir, Pissarro o Degas.



 Jorge Dueñas

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