Morisot de Marmottan



Berthe Morisot. La pintora impresionista.
Museo Thyssen.Bornemisza.15 de noviembre – 12 de febrero de 2012.
Colaboración del Musée Marmottan Monet, París.

Morisot de Marmottan.

El lunes 4 de Marzo de 1895, Le Figaro anunció que Madame Morisot había fallecido, sin apenas voceros ni repiques de tambor. Se marchaba la primera mujer de aquel grupo de pintores que había conseguido virar las aspiraciones estéticas de una época. Renoir, que estaba en Aix en compañía de Cèzanne, dejó su caja de pinturas abierta y tomó de inmediato el primer tren a París. Nadie ha dicho que Berthe fuera una desconocida en su época, más bien todo lo contrario. Sus exequias se caracterizaron por la solemnidad que despertó en el pronunciamiento de sus amigos más íntimos; S. Mallarmé y Edgar Degas. Y sin embargo, a pesar de ser la primera mujer del grupo original de los Independientes de 1874, su vida tenía también algo de renuncia al reino de sus profundas emociones. Los propios amigos eran muy conscientes de sus naturaleza sofisticada, “podía ser distante y peligrosamente silenciosa”, observó Paul Valèry en una ocasión. En su diario ella misma había anotado su signo de reserva: “moriremos todos, cada uno con nuestros secretos inconfesables”. Y de este hecho se dedujo que nunca se podría reconstruir un retrato heroico de su vida. No por falta de méritos, sino por su arraigado sentido de la intimidad.
Mucha tinta se ha vertido sobre su figura en esa nueva reificación de la historia sexuada y anti-hegemónica, dice Griselda Pollock; desde la década de los ochenta jóvenes investigadoras como Kathleen Adler o Anne Higonet se proponen reintroducir su figura dentro del nuevo relato contemporáneo revisionista ¿Es Berthe susceptible de ser narrada como epopeya de lo femenino? La pintura de Morisot no es épica, al igual que su vida, nunca trascendió los límites de lo cotidiano. La agilidad de su dibujo es un método, el de lo espontáneo y lo ocioso; la manipulación en estado de calma.
En la Niña con jersey azul (1886) los brazos se desintegran en multitud de trazos. Las grafías recrean un estado perpetuo de cambio; sin poder fijar el ojo en un punto y decir -este es el trazo correcto. Gracias a esta espontaneidad nada queda encorsetado, y por eso hablar de Morisot es hablar de los límites de su dibujo, de la libertad de su caligrafía. Esto no se transmite a la vida como ley imperturbable de la expresión. Es más, podemos ver al entrar en la antesala una foto tomada por Reutlinger (1874) con Berthe de espalda, luciendo un vestido de cola que oculta la cintura de avispa presa de su corsé. Y sin embargo, en cuanto a los principios estéticos de esta mujer es posible que estuvieran en relación con una existencia vitalista.
Me gusta ver como un símbolo de su vida y su pintura aquel momento en que rechazó la proposición de matrimonio de Puvis de Chavannes ¡Un hombre condescendiente con la decadencia de su época! ¿Qué podía encontrar en todas esos círculos icono-místicos que no sentían más que la añoranza maloliente de Pigmalión? Se casó poco después con el hermano de Manet. Era su círculo, un matrimonio con la “vida impresionista”: Connivencia con el amor, amor que no se deja de apreciar ni un solo momento en la interesante futilidad e intranscendencia de sus dibujos y acuarelas (En el balcón; Bajo los árboles en el bosque, 1893).
A fin de cuentas qué era el presente histórico sino una representación enfatizada de la calma y la voluptuosidad. Un pequeño dibujo con lápices de colores nos muestra un niño tocando una flauta (1890) y parece un fauno en un momento de letargo entre otros dos paisajes (El jardín de Bougival, 1884). Sólo en una pequeña pintura otoñal, con la fecha más tardía de la muestra (1894), varía el espectro cromático hacia colores ligeramente más saturados, pero nunca su caligrafía. Ella misma dijo que la definitiva cuestión del dibujo y de los colores es inútil porque el color es sólo una impronta de forma. Así sus óleos parecen en algún momento dibujos un poco más dúctiles, sólo por el rastro blando de la trementina. El blanco del fondo se transforma en leitmotiv de la paleta quebrada.
La vida de Morisot ha sido examinada con lupa, pero rara vez su técnica. Si no se quiere añadir más miga a la ya engrosada historia de las mujeres, sin por ello aportar mucho más que otra “excepción”, se debería empezar por reconocer su autonomía plástica, no subsumir por ejemplo el retrato de Morisot al retrato de Manet ¿Qué tienen de similar ambos? Sólo hay un par de obras en que se pueda observar, a mi juicio, un cierto remanente; el color “negro”, más propio de su cuñado Édouard. En un dibujo aparece Julie (Bois de Boulogne, 1893) junto a un galgo. Esta obra se corresponde a otra fechada en la misma época, también perteneciente a la colección Marmottan, que sin embargo no se ha recogido ahora. Julie aparece vestida de negro en ambos dibujos, y en otro más en que la joven juega distraídamente con una pelota. Es el único momento en que se ve el hollín, y no es menos evidente que una anotación escrita en un diario personal: Su marido Eugène Manet había fallecido recientemente.
En cuanto al resto, no es que recele en este caso de las obras que los contemporáneos de la artista aportan a esta muestra: Pisarro, Monet, Degas, Manet, incluso su maestro Corot. Más bien me muestro receloso de la preponderancia que toman esas obras en el montaje definitivo de la muestra, que por otro lado aspira a ser mucho más personal y biográfica. No olvidemos que el gloso proviene de los herederos directos (Rouart-Manet), por lo que toda esa cantidad de dibujos, acuarelas, y pinturas esbozadas estuvieron siempre en casa de Berthe. De ahí que sea mucho más interesante poder observar, a modo de diario plástico, aquello interno que la propia artista nos privó; de lo que su primer biógrafo, Arnaud Fourneau, se expresó con jovial acierto. Su vida es “un lago cubierto por una bóveda, sin tormentas”, refiriéndose a una vida que había transcurrido como la de otras muchas mujeres de su época, sin ser una mujer de su época. Estaba “destinada a matar de hambre a los biógrafos con ansias de situaciones patéticas y anécdotas pintorescas”. Estas obras revelan el deseo de proteger la reputación familiar y evitar cualquier desorden vital, y a la vez el riesgo consciente que corrió al participar en esa primera exhibición de los Independientes, su peculiaridad personal. Bien dijo Valéry poco tiempo antes de su muerte, la distinción era en ella esencia todo.

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